Casi igual a aquella frase que
constantemente me decían las muchachas guapas de la preparatoria pero en un
contexto diferente. Algo… solamente… diferente.
Río y continúo con una pequeña
sonrisa, “¡así es la expresión del rostro de esa imagen!... tú la conoces bien…”
“Sí…
te salió igualita…”
Pienso en reír de nuevo pero la
expresión en sus rostros me indica lo contrario, así que dejo de esbozar mi
sonrisa y devuelvo mi mirada a mi vaso vacío. Constantemente nos reuníamos a
divertirnos… a beber. Esta noche era diferente, sobria. Una bola de nieve de
historias bizarras y hasta de terror.
Ya no importa el comienzo, ni
importa siquiera todo lo que lleva al desenlace. Todo hasta desembocar en una
última historia y la historia final, la que termina en carcajadas a la luz del
alba.
Tampoco importa la hora, una madrugada que
intentaba erradicar el fuego de la chimenea y, así, robar el último resquicio
de calor de la habitación. Tampoco importa el lugar, las brasas alumbrando dos
sillones, una mesita entre ambos y una mesa de billar al fondo.
Éramos cinco. Ella y yo en el sillón
a la derecha, yo sentado y ella recostada, su cabeza sobre mi regazo. Sus ojos
clavados en mí y mis ojos todavía en mi vaso. Mi vaso en mi mano y mi mano
pegada a mi brazo y mi brazo sobre el brazo del sillón.
Dos más en el sillón frente a
nosotros. Hombre y mujer. Ambos recostados y apoyándose uno sobre el otro, como
colchones de hueso y músculo y piel y pellejo. El último sobre la mesa de
billar, recostado también. Todos están tan cansados y todos están tan callados.
“Bueno, pues es un dibujo realmente
escalofriante,” digo para romper el silencio, “y causó una fuerte impresión en
nosotros,” miro a la pareja de enfrente y sonrío un poco.
Todos tenían historias y yo ya las
conocía. Podía recitarlas como si yo mismo las hubiera vivido…
“¿Recuerdas
aquél verano en que vivimos en esa casa embrujada? Estábamos de intercambio con
otro amigo y nos tocaron tres cuartos en una vieja y destartalada casa. Había
tres cuartos pero utilizamos solamente uno que tenía una cama grande y que
tenía un pequeño cuarto de servicio con un sucio y pequeño catre.
Nosotros
tomamos la cama y enviamos a nuestro otro amigo a dormir al catre. Nos pasamos
la noche hablando y nos carcajeamos hasta inundar la habitación. Y cuando
nuestras risas se habían apoderado del aire mismo la escuchamos. Una risa
chillona como de niña, una chiquilla impúber compartiendo un sentimiento que
pretendía ser de felicidad. Corrimos al cuarto de servicio para encontrar a
nuestro amigo dormido y después de alebrestarlo y contarle lo sucedido ahí nos
quedamos los tres, despiertos, hasta que inició el nuevo día…”
“Y a la mañana siguiente, cuando le comentaron
lo sucedido a la anciana dueña y ella felizmente les dijo que la casa estaba
embrujada, se preguntaron cómo podía haber gente que viviera tan tranquila en
lugares tan desolados.” Quise reír pero recordé que no debía hacerlo. “Igual
que en aquel hostal romano,” dije mientras volteaba a ver al amigo recostado
sobre la mesa de billar.
“Es
que simplemente no puedes acondicionar cualquier lugar para vivir o dar
hospedaje a la gente… simplemente no puedes hacerlo. El simple hecho de pensar que
la habitación en la que estás durmiendo le pertenecía a algún maniático, un
loco que pudo haber sido asediado por demonios con motivos ulteriores…
simplemente no puedes…
Igual
que cuando viví en el extranjero… nuestra residencia era también un antiguo
psiquiátrico. Viví la única noche de brujas que nunca olvidaré, encerrado en
los pasajes subterráneos de ese antiguo hospital de locos que desembocaban en
geriátricos y otros lugares lúgubres y tristes. Juro que escuché ecos de voces
muertas esa noche y a veces siento todavía un escalofrío muy parecido al que
sentí entonces…”
Recuerdo el hostal pero aún más a
ese peculiar hombre de la recepción. Recuerdo cómo pensamos que era un
fantasma, una pobre alma penando por siempre cuya única función era asustar a
los turistas. Locos pensamientos, unos que en retrospectiva sonarían tontos la
mayoría de las veces. La mayoría de las noches.
“O tal vez tu casa de verano,” digo,
“con esas espantosas muñecas y ese crucifijo,” siento un pequeño escalofrío
recorrer mi espalda y quiero reír pero sé que no debo hacerlo. “Una locación
perfecta para filmar una película de terror,” continúo y en ese momento no
puedo contenerme más y río y volteo a ver a todos. Dejo de reír cuando veo sus
ojos, clavados en mí todavía. “¿Vieron los videos que les recomendé hace tiempo?
¿El cortometraje de miedo sobre la madre
y sus hijas?”
“¿Tenías
que recordarnos esas cosas en este momento?”
“No comprendo por qué las caras
largas,” digo y sonrío y quiero volver a reír pero no lo hago y solamente clavo
mi mirada en mi vaso vacío. “Tantas historias y hablar de fenómenos
‘inexplicables’… son ilusiones, nada es real.”
Todos siguen recostados y sin
moverse. Siento un poco de frío y noto que el fuego está consumiéndose pero
nada hago al respecto. Regreso mi mirada a mi vaso, un vaso vacío y pintado de
rojo. Siento que no puedo dejar de mirarlo.
Me desconecto y las voces que
escucho suenan tan distantes. No muevo un solo músculo. Me siento adormilado y
estoy sonriente y así me quedo, conteniendo la risa entre mis dientes. Y justo
en ese momento, cuando el fuego sucumbe por fin y el primer rayo de sol entra
por la ventana es cuando exploto. Las carcajadas inundan rápidamente la
habitación.
Dejo caer mi vaso, dejo que se rompa
contra el piso… dejo que se termine de romper. El líquido rojo sigue
escurriendo por sus paredes y me doy cuenta que estoy cubierto en él y que
todos lo estamos. Miro sus rostros inertes, sus expresiones vacías. Volteo y
veo su cabeza posada en mi regazo y río aún más fuerte. Paso mis manos por su
rostro, su cuello, sus pechos y de vez en cuando los siento, esos… glifos que
he… acuñado, como un nuevo lenguaje, en su cuerpo. Y veo mis otros glifos en
los demás y sigo riendo.
Y me pregunto cuál es el caso de
seguir aquí. Todos están tan cansados, recostados y sin moverse. Y yo sigo aquí y no
puedo moverme, solamente sigo riendo. Y tengo frío pero solamente sigo riendo.
Y recuerdo tantas veces que me dijeron que dejara de reír pero ahora nadie
puede decirme que deje de hacerlo... y reír es lo que hago y lo que seguiré
haciendo.
“Cállate…
¡ya cállate!”
Y recuerdo ese poema y digo “nunca
más… ¡nunca más!” y continúo riendo hasta que mi abdomen no puede más y la historia
termina en carcajadas a la luz del alba. La historia perfecta, la coda única
que podía embonar en esta canción. Y mientras la risa consume todo y la luz avanza
poco a poco escucho sus distantes voces, opacas, diciéndome que me calme y que
me comporte… y entre risa y risa… lo digo de nuevo…
Nunca más…
Cuento Corto. Abril, 2012.
Cuento Corto. Abril, 2012.
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