Vamos vamos, hacia el final del camión. Faltan un par de pasos, sólo un par de pasitos más. Zonza, tú querías cargarte bien y bonito las bolsas, evitarte ese último viaje, ¿no es cierto? Bueno, ya no importa. Ya te sentaste, sólo respira y descansa un poquito. Sólo agarra bien las una dos tres cuatro… ¿y mi otra bolsa? De acuerdo, no abras tanto los ojos queridita, ciérralos un poco. Ahí está, tranquila, justo a la mitad del camino. No, no, ¿qué está haciendo? No tiene por qué ayudarme joven, no se levante de su asiento. No, no tome la bolsa. Bueno, ya te vio. Tranquila… sí, sí es mi bolsita. Ay Dios, cómo debe estar mi carita roja roja. No importa, ya viene. Una sonrisa, sólo di que sí con la cabecita. Sólo…
“Gracias.”
Milotepec es un pueblo muy chiquito. La gente ni sabría su nombre si no estuviera en el periódico. Sólo era un poquitito de droga, pero la enviaron por correo a las oficinas de la Procu y eso ya cala. Quién sabe por qué la enviaron, al igual y sólo era una bromita. Siempre venían polis, por su droga o su dinerito, pero ahora venían por los cuerpos. Bueno, los pedacitos… unos por aquí y otros por allá. Es triste cuando escuchas a la vecina decir que encontraron una cabecita en el baldío de la esquina, que encontraron un piecito o una manita en la cancha de futbol. Ya todos viven quitaditos de la pena, viendo la violencia tan normal. Tan casual.
Y es que Milotepec es un pueblito de mulas y burros. La mayoría se come la droga y la lleva en la pancita. Todos saben que es peligroso pero aquí no hay más trabajo que de carga. Y ahora todo es más difícil, con tantos ojitos observándole a una y tantos extraños en nuestros caminos de tierra. Como ese joven que me recogió mi bolsita, creo que está volteando a verme. O tal vez sólo es el miedito de que alguien descubra lo que llevo. Aunque no es mi parada me bajo. Agarra todas tus bolsas queridita, arriba a tocar el timbre, abajo del camioncito.
No es mi parada pero conozco a todas las vecinitas. María está comprando unas flores de cempasúchil porque es viernes y seguramente visitará a su familia en el panteón. Pobrecita, solamente le queda un hermanito que ya está bien metido con los del barrio. Doña Meche vende sus pitahayas y sus melones y algunos mangos. Antes yo le compraba rabanitos y chayote pero tiene mucho que no hago ni pozole ni caldito de pollo. Gracielita, la abuelita del pueblo, está con su carrito de nopal y perejil en su pequeña esquina. Su chicharrón es bien sabroso. La pollería sigue regalando pescuecitos y menudencia, esa doña Chole es una santa.
Doy un par de vueltecitas y veo al jovencito que me está siguiendo. Pero estoy cansadita y ya estoy llegando al basurero, así que sólo sigo. Por fin dejo mis cinco bolsitas. No me paro a acomodarlas, me voy caminando picadito picadito. Ay, pensara seguro que iba a encontrar droga en las bolsas el jovencito. Pero lo que tienen es algo peor. Me doy vuelta y lo veo blanco blanco del susto, tiene en sus manos la cabecita que corté en la mañana. Yo ya agarré un fierrito que encontré y que es como un largo tubito de donde cuelgan las cortinas de una casita. Le doy un buen golpe, justo en la frentecita, y él se cae hacia atrás.
He visto tantos golpes que sé que tengo que hacerlo rapidito. Saco un mecate de una de mis bolsitas y amarro sus manos. La sangrita está pegostiosa pero si aprieto fuerte el nudo no se zafará. Después de dos minutitos ya se calma y me mira. Me siento frente a él pero con mi fierrito bien agarrado. También me alejé un pasito o dos, porque aunque lo amarré a un poste hay que tener cuidadito. Si se suelta, ay pues tendría que correr rapidito rapidito. Estoy segura que es un poli, pero no sé qué es lo que quiere. Le doy otros dos minutitos para que sus ojos dejen de dar vueltas, intento hacerle una sonrisita pero como que me quiere echar el mal de ojo.
“Buen día joven,” digo porque no se me ocurre decir otra cosita. El joven se mueve muy rápido, quiere zafarse pero el mecate y la sangre ya se le pegaron en los bracitos. “Buen día joven,” repito y él me voltea a ver un poquito más calmado. “No lo había visto por aquí y yo conozco a todas las gentecitas de Milotepec. Creo que no es el hijo de ninguna comadrita,” sigo diciendo mientras niego con mi cabecita. Me acomodo porque el piso está muy duro y mi historia es un poquito larga. Le tengo que dar otro golpecito arriba del brazo izquierdo para que deje de moverse y de intentar zafarse.
“En un pueblito tan chiquito, todos la conocen a una y todos dicen chismes sobre su vida,” digo. “Yo nací aquí y nunca tuve papás, así que todos sabían que iba a ser una mulita. Desde los trece añitos yo ya cargaba droga, muchas veces en la pancita. Otras veces la escondía en el trajecito de algún hombre, uno de esos que te dan florecitas y te hablan bonito mientras te acarician y que ni te hablan cuando te están soplando en la carita mientras abren tus piernitas. Muchos son hombres gordos y les sobran los pesitos, esos que una necesita para la carnita del sábado o domingo, la única de la semana.
“Siempre te dicen que no abras tanto las piernitas y que si te dejan más que dinerito que el doctor don Melchor te ayuda con tu problemita. Pero don Melchor cobra mucho y una no siempre puede deshacerse del encargo. Por años tuve suerte y no me creció la pancita. La seguía usando sólo para guardar la droga que me daban ellos. Ellos eran dos y los dos me trataban bien. A veces me daban dinerito de más para que hiciera caldito de pollo. Claro que siempre tenía que llevarles sus platitos, pero no me importaba porque eran buena gente conmigo.
“Pero una vez uno tomó mucho mezcalito y terminó abriendo mis piernitas, igual que los otros hombres gordos que una tenía que aguantar para juntar lo del gasto. Él fue el que hizo que me creciera la pancita. Yo nunca junté centavitos, todo lo usaba para comida, ropita y también las cervecitas y cigarritos. Yo no podía ir con don Melchor y cuando él lo descubrió me pegó. Me dio muchas cachetadas y hasta me dio una patada en la pancita. Ay, yo sentí mucho miedo, pero no por mí. Me encariñé con mi pancita, con mi bebita que iba a nacer. Yo quería hacer todo por ella.
“Su amigo le dijo que me dejara, le dijo que una embarazada siempre pasa más fácil la frontera. Pasaron los mesecitos y mi pancita creció y creció. Yo cargaba con la droga en una bolsita que me colgaba en el hombro pero un día los polis me la quitaron. Don Esteban les había dado dinero para que nos quitaran la droga a todas las mulitas de don Ramiro. A muchas las golpearon pero a mí hasta eso que no me hicieron nada. Ellos me pegaron igual por perder la droga pero yo protegí mi pancita lo más que pude. Ya faltaba poquito para que naciera mi bebita, mi Clementina.”
Me acomodo otra vez porque el piso está muy duro. El joven apenas me mira y sus ojitos están cerrados todavía. Sólo piensa en zafarse y está sudando por la concentración. Ya no quiero darle otro golpecito y sé que si quiere escuchará el resto de mi historia. Yo sólo puedo contarla al igual que la he recordado ya por varios años. Dejo el fierro a un lado y cambio la piernita de abajo a que se esté sobre la otra. Me acomodo el chalequito sobre las espaldas y lo jalo un poquito hacia abajo. Mientras me acomodo paso salivita. Mi garganta se pone un poquito seca cuando recuerdo el pasado y ahora que lo hablo mi gargantita está más seca.
“¿Alguna vez ha cortado un dientecito de león joven?” pregunto pero sé que no me va a responder. “Vaya que es muy muy bonito pero se deshace también muy rapidito. Nomás necesita soplarle uno y todo se va al aire y se pierde de vista tan pronto. Así, igualita, es la vida. Yo ya no quería cargar la droga, pero sólo soy una mulita. No me la escondieron en mi bolsita ni me la escondieron en la faldita. Me la metieron por la boca. Sentí el plástico en mi gargantita y pensé que me ahogaba y cuando me dieron agua todavía sentí que me ahogaba.
“El paquetito de plástico con droga no estaba bien amarradito. No tenía un nudo bien hecho como el suyo joven. Todo ese polvito que salió me puso muy muy malita y no recuerdo mucho. Sólo sé que llegué con don Melchor y como por magia ya no tenía a mi hijita, igual que como decían las vecinitas. Lloré y lloré joven, lloré y mis ojitos están rojos desde entonces. Y pronto ellos me jalaron otra vez de los pelos, porque yo sólo era su animalito y si tu mula no trabaja entonces no sirve para nada. Y las mulitas son caras joven.”
Ay, lo rojitos que deben estar mis ojitos. Siempre se ponen más vivos cuando recuerdo a mi Clementina. Ya me ve el joven, seguro ve mi lagrimita de mi ojito. Me empieza a salir moquito pero me lo limpio con la mano. El joven ya no se mueve y me escucha. Necesito dejar de llorar y otra vez me limpio la naricita y los ojitos. Me pongo las manitas sobre la cara un momento. Agarro el tubo de metal y otra vez cambio la piernita que está arriba por la de abajo y me jalo el chalequito.
“Pasó mucho tiempo antes de que volviera a cargar droga joven. Y si tu mulita no carga la pones a hacer otros trucos. Después de perder a mi hijita ya no podía tener más hijos y si no tienes problemas de encargos te hacen abrir las piernitas. Yo no las abrí pero me las abrían y así fue mucho tiempo joven. Yo lloré y hasta rezaba, rezaba para poder regresar a cargar droga en mi pancita, que al fin ya sólo para eso me servía. Dejé de llorar cuando se me acabaron las lagrimitas.
“La droga era como agüita joven, pero no me servía ni para quitarme la sed. Me la daban antes de aguantar a cualquier hombre gordo pero sentía igual sus manos y su saliva. Lo peor era cuando mordían porque las marcas que le dejan a una la hacen sentir mucha vergüenza. Ahí me tenían como esclava y ni siquiera me tenían amarrada. Yo he sido mula y zorra y hasta buey joven. Me han cogido mucho y así hubiera terminado mi vida, en alguna cama porque a uno se le pasaron los mezcalitos y el pulque y estira y afloja hasta que rompe el juguetito.
“Yo estaba desmayada en una cama cuando todo pasó. Desperté porque no podía sentir mi piernita y es que encima de ella estaba un cuerpo. Había mucha sangre por todas partes y mis manitas y mis piecitos estaban pegostiosos. Me dio miedo y corrí pero me caí porque mi pierna seguía dormidita. Me arrastré entre muchos cuerpos joven, nadie se movía. Sólo nos dejaron a dos o tres vivas porque pensaron que ya estábamos muertas. Nunca nos dijeron por qué habían llegado y disparado a todos pero tampoco importaba. Sin un lugar dónde tener a las zorritas, me hicieron otra vez una mulita.”
Le enseño al joven un paquetito lleno de polvo blanco que me saco de la faldita. Es un condoncito amarrado con un muy buen nudo. Ni un poquito del polvo se sale de mi paquetito. Me levanto y me quedo paradita un rato porque se me durmieron las piernitas. Me acerco al basurero y pellizco el condoncito. Le sacudo encima un poco del polvito y luego dejo el resto del paquetito bien acomodadito entre las cáscaras y los cartones que hay ahí. Me siento junto al basurero, más cerca del joven. Sigo agarrando mi palito, sólo por si lo necesito de veras.
“La primera vez que le llevé mi droga a los muchachitos de don Esteban tenía mucho miedo joven. Ya había pasado la frontera un chorro de veces como una mulita cualquiera pero mi miedito era diferente. Sentía tantas cosquillas en mi pancita que hasta pensé que se me iban a romper los paquetitos como aquella vez y que me iba a poner otra vez muy malita. No quisieron mi droga joven. Yo insistí tanto que me dieron de cachetadas. Me han pegado tanto que unos golpecitos más no me sorprendieron.
“En la frontera me revisaron y no me encontraron nadita. Y aunque me hubiera tocado un poli que no trabajara para don Ramiro, yo estaba limpiecita. Ese paquetito ya lo había escondido yo muy bien joven, lo enterré en el patiecito de una vecinita. Me golpearon de nuevo cuando dije que me habían robado la droga, me golpearon y me dijeron que yo tenía que ser más cuidadosa joven. Por un rato entregué todos los demás paquetitos que me dieron, pero cada quincena pasaba por donde estaban los muchachitos de don Esteban y los saludaba y les mostraba mi paquetito de droga con una sonrisita.
“Unos mesecitos después por fin me hablaron. Me dijeron que me acercara y hasta un vasito de refresco me dieron. Me preguntaron que qué quería por la droga que cargaba en mi pancita. Yo les dije que nomás quería un par de pesitos para mi refresquito mientras me tomaba el que me dieron. Me tomaron mis paquetitos joven y me dieron un poquito de dinero. Luego me fui hacia el norte a ver al amigo de don Ramiro, el que me recogía la droga del otro lado de la frontera.
“Nunca he sido lista joven, pero ya había pensado mucho en lo que tenía que hacer ese día. Yo no tenía ni la droga ni las cachetadas que mostraban que me habían quitado la droga. Hasta llevaba unos pesitos extra escondidos en mi faldita y aunque no era mucho pues yo nunca llevaba más dinerito del que me daban para el viaje en camioncito. Me acerqué a ese esquina donde se venden las muchachitas y empecé a levantarme la faldita para que los que pasaban vieran mis piernitas. Al igual y a alguien se le antojaba pero eso no me importaba.
“El dueño de las muchachitas llegó pronto y me dio las cachetadas que quería. Me dijo que no me acercara otra vez a su esquina o que iba a matarme y que iba a matar a toda mi familia también. Hasta se llevó el dinerito extra que tenía. Me fui con el amigo de don Ramiro y él también me golpeó. Que ya era de costumbre que me robaran, me dijo, y que le iba a decir a don Ramiro que era tiempo de sacrificar a su mulita. Sólo estaba enojado joven, porque le digo que las mulitas son caras.
“Son caras por el tiempo que usas para enseñarlas a hacer lo que quieres que hagan. Son caras por la droga que usas para mantenerlas quietecitas hasta que puedan caminar sin saber hacia dónde van. Y como yo era mulita desde los trece añitos, pues ya les había costado. Me pegaron otra vez cuando volví del norte y me tuvieron un rato descansadita sin darme más droga. Sobreviví gracias a pescuecitos y menudencia de pollo, esa doña Chole es una santa. Cuando por fin me pusieron a cargar otra vez, pasé por donde estaban los muchachitos de don Esteban pero ni me acerqué a ellos.”
Dejo de hablar otra vez porque estoy cansadita y porque hablar de refresco me dio sed. Me pregunto si el joven tiene sed también porque el sol está bien duro y el calor también. Los dos estamos sudando y por un momentito pienso que al igual y el joven podría zafar sus manitas del nudo que le hice gracias a su sudor. Pero él no se mueve ni dice nada y de veras que ya no importa porque creo que solamente quiero terminar de contar mi historia. Ya no cambio de piernita ni me jalo el chalequito, ya estoy llegando al final.
“No me acerqué a los muchachitos de don Esteban porque sabía que me estaban siguiendo. Cada semanita del siguiente mes pasaba enfrente de donde estaban. Ya me habían reconocido pero yo ni los volteaba a ver. Hasta que un día se me acercó uno y me agarró del bracito. Yo grité joven, grité muy muy fuerte y hasta le di una cachetada. Los muchachitos de don Ramiro que me estaban siguiendo se acercaron. Yo grité pidiendo que no me robaran mi droga de nuevo, así que se armó la balacera joven.
“Todos se murieron joven, porque eso es lo que pasa cuando estás mucho tiempo con los del barrio. A mí no me tocó ninguna bala porque todos estaban ocupaditos matándose entre ellos. Yo jalé luego el cuerpo de uno de los muchachitos de don Esteban hasta un baldío que conocía por ahí y picadito picadito me fui con el amigo de don Ramiro a entregarle mi droga. Le dije que me habían querido quitar la droga y que todos se habían muerto, hasta los muchachitos que había mandado para que me protegieran. Él sólo dijo que sí con la cabeza y me dijo que me fuera para mi casita.
“Regresé a mi casita pero no por mucho tiempo. Con el tiempo se le quita el asco a una joven y se aprende a hacer cosas que antes no se hacían. Agarré un viejo machetito y me regresé al baldío. Le di muchos muchos machetazos joven, la carne y más el hueso son muy difíciles de cortar. Ya llevaba bolsitas de plástico para guardar todos los pedacitos. Dejé la cabecita a una cuadra del baldío y un bracito y una piernita a una cuadra de donde don Esteban iba a jugar dominó con sus amigos del municipio. Así le dejé partecitas en varios lados del pueblo joven, para que sintiera que por puro respeto tenía que matar a algunos muchachitos de don Ramiro.
“Los demás cuerpecitos que aparecieron ya fueron cosa de don Esteban y de don Ramiro. Sus muchachitos se mataban a balazos o a golpes cada que se encontraban en algún lugar. Don Esteban empezó a dejar pedacitos de los muchachitos de don Ramiro por todos los basureros de la región y cuando le dejaba una manita o un piecito el otro le mandaba una cabecita de alguno de sus muchachitos. También mataron a dos o tres mulitas que yo conocía y no parecía que ni don Ramiro ni don Esteban quisieran dejar de matar a los muchachitos del otro.
“Desenterré los paquetitos de droga que los muchachitos de don Esteban no quisieron tomar cuando fui con ellos la primera vez. Después de que le puse un poquito de droga a un sobre y lo mandé a la Procu la gente empezó a fijarse en Milotepec y nuevos polis empezaron a llegar. Las cosas se ponen feas pero supongo que de eso ya se dio cuenta joven. Pero una hace su luchita joven, apenas el otro día mandé otro sobrecito con un poquito más de droga otra vez a la Procu y le mandé un sobrecito también al periódico del estado.
“El cuerpecito que está aquí,” digo y le doy dos golpecitos al basurero con mi manita, el palo que tenía ya lo lancé lejos, “es el hijito de don Ramiro. Una se da cuenta de muchas cosas cuando lleva toda su vida viviendo en este pueblito. Cuándo va alguien a jugar dominó, cuándo va alguien al banco. Cuándo va alguien a la casa de las putitas. Voy a dejar aquí una piernita, luego una manita en el basurero que está a dos cuadritas. Así voy a dejar todas las bolsitas en los basureros que hay desde aquí hasta la gran casa de don Ramiro. La cabecita me la voy a llevar, a ver si se la puedo dar en persona a don Ramiro.”
Me paro y otra vez me espero porque mi piernita se me durmió. Me acerco al joven y aflojo el nudito que le hice. Con calma agarro la bolsa con la cabecita y otras dos bolsitas. Empiezo a caminar y siento que el joven viene detrás de mí pero yo sigo caminando igual. Él camina rápido y por fin me alcanza. Nos detenemos y nos quedamos quietecitos por un momento. Él lleva una de mis bolsitas y entonces me doy cuenta que había dejado una bolsa extra en el basurero, una que me sirve para dejar más partecitas del hijito de don Ramiro regadas por todo el pueblo. El joven me la deja en el piso y da dos pasitos hacia atrás.
Sí, sí es mi bolsita. Ay Dios, cómo debe estar mi carita roja roja. No importa, ya lo dije todo y ya no tengo otra cosita que ocultar. Una sonrisa, sólo mueve la cabecita. Sólo…
“Gracias.”
Cuento Corto. Abril, 2014.
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