miércoles, 19 de noviembre de 2014

Un Cuento de Navidad

"¡Bah, patrañas!" exclamé cuando esto me ponchó la llanta trasera de la bicicleta la semana pasada:

Es una maravilla... que algo tan pequeño pueda derribar a una leyenda...

"¡Bah, patrañas!" exclamé cuando, dos días después, esto me ponchó la misma llanta:

Todos los hombres caen... son sólo el momento y el método los que difieren...

Esta semana fue el pedal de mi bicicleta el que sucumbió ante la Dama Destino. Créanme, oh hermanos, que no dije simplemente "bah, patrañas". Los improperios que elevé al cielo, así como las heridas que quedaron en mis pies, que derraparon por diez metros sobre el pavimento, quedarán grabados en mi mente por siempre.

Debido a la naturaleza gráfica de mis pies, he decidido no publicar su fotografía. En su lugar, aquí está la portada de mi primer novela corta, ya disponible en Amazon

Nunca es agradable estar herido o estar enfermo, confinado a una cama, con una movilidad menguada por el azaroso e implacable paso de la vida. Sin embargo, a veces puede darte algo. Puede darte, tal vez, tiempo para pensar, o puede darle tiempo a los Fantasmas de la Navidad, para que te visiten.

¿Alguna vez han visto La Ciudad que Santa Olvidó?

Es un lindo cuento de Navidad, en que un niño comprende el significado real de los juguetes y de los regalos

Cuando empecé a pensar en cuánto me gustaba recibir presentes navideños cuando era más joven, el primero llegó. Era una aparición que emanaba calidez y ternura. También olía a jugo de uva. Era una dama morena, con el cabello dorado. Su purpúrea túnica cubría su cuerpo por completo y se extendía varios metros detrás de ella. Se acercó y se sentó sobre la cama, sonriendo. Nos quedamos sin hablar por un largo rato.

"Hace mucho que la Navidad no te emociona," dijo por fin, "o al menos no tanto como antes."

Yo simplemente me encogí de hombros y moví la cabeza levemente, a manera de tenue afirmación.

"¿Qué es lo que más te gustaba?" preguntó, "¿qué es lo que recuerdas con más cariño?"

Recuerdo... las cartas, y la emoción que me daba escribirlas, deseando con fervor algún juguete, haciendo dibujos para un tal Santa Claus. Recuerdo poner el árbol de Navidad con mis padres, el veinte de noviembre, mientras veíamos una película sobre Pancho Villa. Recuerdo, por supuesto, el pollo en achiote, y la sopa de codito, e incluso recuerdo los emparedados que preparábamos a manera de tentempié antes de la fastuosa cena. Recuerdo los abrazos, y el constante decir de "Feliz Navidad" en cada esquina. Recuerdo esa vez que me vestí con pantalón de vestir, camisa blanca formal y un genial corbatín negro, siendo todavía un niño. Recuerdo la corona de adviento, y cada plática dominical con mis padres. Recuerdo las vacaciones. Recuerdo la mañana de Navidad, con juegos y chocolates debajo del magnífico y precioso árbol. Recuerdo el día de Navidad, con las ensaladas de manzana y zanahoria, y el budín. Recuerdo... el recalentado. Recuerdo a mis amigos, y los mensajes y las llamadas llenas de buena vibra y buenos deseos, llenas de cariño y de jovial felicidad. Recuerdo estar con la gente que amo, simplemente sentado, viendo los especiales navideños, como La Ciudad que Santa Olvidó, sonriendo.

Cuando volteé, el Fantasma de las Navidades Pasadas se había ido. Sin embargo, su olor a jugo de uva se quedó conmigo por un buen rato.

Me levanté de la cama con trabajo, intentando no doblar los dedos de los pies. Salí de la habitación y tomé un vaso de jugo de guayaba. Cuando volví, un fornido hombre estaba sentado sobre mi cama. Tenía una tupida barba negra, un gorro negro con amarillo y un megáfono. Su túnica, roja, era tan grande que parecía la colcha de la cama.

"¿Cuál es tu plan para hoy?" me preguntó el hombre. Su voz era acentuada por el megáfono, pero no amplificada.

Yo miré hacia abajo, hacia mis pies. Luego, volteé hacia la aparición, el Fantasma de las Navidades Presentes. Me encogí de hombros.

"Veo que tus pies te tienen un poco decaído, chico," dijo el hombre, "pero sé exactamente lo que necesitas para salir del bache." El hombre sonrió y se acercó a mí. "Sostén esto," dijo mientras alzaba una toalla amarilla.

Cuando la tomé entre mis manos, todo el paisaje cambió. Ya no estábamos en mi recámara, sino en una gran tienda... en el departamento de juguetería.

"Compra de aparadores," dijo, a través de su megáfono. Sonrió y caminó hacia un estante. Yo lo seguí lentamente, pues mis pies seguían lastimados. Ahí, dispuestos y apilados unos sobre otros, había mil juegos de mesa, de todos los colores y sabores, y para todas las edades...

8 de cada 10 hígados lo recomiendan

¿Han notado que los juegos de mesa no son lo que eran antes? Recuerdo que existía un Uno, pero ahora hay mil versiones del mismo juego. Había una versión única de Monopoly, pero ahora hay versión superhéroes y versión marcas y versión restaurantes extremos. Toda esa vorágine de nuevas direcciones, aunadas a productos como:

También conocido como Comparte Microbios Bucales FÁCIL

¿Morida? ¿¡Morida!? Bueno, supongo que, al menos, escribieron así ese vocablo adrede, ¿cierto?... ¿¡cierto!?

¿Resusitar? ¿¡Resusitar!? El DRAE es el que está deshecho y revolcándose en su tumba

Y, por supuesto, no pueden faltar los clásicos, si bien también un poco modificados, como ese juego en que tienes que actuar lo que tu amiga tiene en la cabeza:

Un mimo demente zombi, una banda de rock caníbal y, posiblemente, superficial...

... una trompeta diabólica y cachetona...

Después de un rato de estar divagando, me di cuenta que la segunda aparición no estaba. Me había dejado varado en la sección de juguetería de alguna tienda. Me crucé de brazos disgustado, justo cuando sentí que alguien me tocaba en el hombro. Era el Fantasma de las Navidades Presentes. Me ofreció la toalla amarilla de nuevo, y al tocarla regresamos a mi habitación.

El Fantasma me entregó una pequeña caja. "Juega un poco," me dijo, "y te llamaré cuando el aparador esté listo."

El críptico mensaje del Fantasma me sorprendió, pero pensé que todo debía ser parte de la magia. Abrí la caja y encontré una copia de Chrono Trigger adentro. Sonreí y me puse a jugar. A decir verdad, una de las costumbres que todavía practico es la de jugarlo en tiempo de fin de año. Después de un rato, la aparición me llamó, pidiéndome que lo acompañara al piso de arriba. Fruncí el entrecejo, pero subí las escaleras con cuidado. El Fantasma de las Navidades Presentes se había ido, pero me había dejado un regalo.

Había armado un aparador, de donde ahora colgaban los dibujos que había hecho a lo largo de mi vida. Había imágenes que se movían, eran todas las animaciones que había creado. Estaba, en su propio podio, la novela corta -en español y en inglés -que escribí. Había también un pequeño árbol de Navidad, con una pequeña nota que decía "La compra de aparadores siempre ayuda... y ahora dedícate a lo que más te gusta hacer, viviendo con la alegría Navideña en tu corazón. Sólo en hacer el arte que anhelas, está la respuesta a tus inquietudes".

Tenía todavía una sonrisa en la boca cuando salí de la regadera. Incluso estaba cantando. Mientras me secaba los pies con cuidado, un denso vapor inundó el baño. Era casi como una neblina, un tanto lúgubre y con un etéreo resplandor sobrenatural. Me puse unos pantalones y una camiseta, y fui hacia la sala de estar. Ahí me estaba esperando ya la tercera aparición, el Fantasma de las Navidades Futuras. Lo cubría un largo manto gris con capucha, así que no podía ver su rostro. Sentí miedo.

"¿Acaso eres el heraldo de lo que pasará en las Navidades próximas?" pregunté, mi voz entrecortada.

La silueta afirmó, moviendo la cabeza lentamente. Luego se deslizó hacia mí.

"Me causas temor, aparición," dije, "más aún de lo que me hicieron sentir tus predecesores."

La silueta se encaminó hacia mi recámara. Cuando se hubo posado debajo del dintel, volteó a verme. Alzó el brazo, y con él me indicó que lo acompañara. Lo hice, despacio, arrastrando los pies por ambos el dolor de mis heridas y el temor que se había apoderado de mi razón. La aparición señaló mi antiguo Super Nintendo. Yo fruncí el entrecejo. La aparición volvió a señalar la consola de videojuegos.

Me acerqué hacia la consola y me agaché. Pude escuchar un distante murmullo, como una pequeña risa. Volteé a ver a la aparición, y me encontré con que se había deslizado junto a mí. El corazón retumbó en mi pecho y tuve que inhalar profundamente. Sin embargo, volví a escuchar esa pequeña risa. Me levanté de un salto y le quité la capucha. Su cara era la de una niña pelirroja, risueña. Trastabillé por la sorpresa. La niña me volteó a ver, todavía sonriendo. Se quitó el manto por completo. Estaba parada sobre los hombros de otro niño, con el cabello castaño, que también estaba riendo. La niña bajó de un salto y ambos se acercaron a mí. Me tendieron las manos, y con su ayuda me puse de pie. Los dos señalaron hacia el Super Nintendo.

Conecté la consola y le di a cada uno un control. El juego era Super Mario Kart. Me quedé solamente observándolos, cómo jugaban y se retaban, decidiendo carrera tras carrera quién conduciría con Yoshi la siguiente partida. Después de un rato, tomé la computadora y comencé a escribir este cuento. Cuando alcé la mirada, tras terminar el primer párrafo, los niños se habían ido. Continué con mi escritura. Ahora estoy pensando, meditando cuál sería el final perfecto para este pequeño relato, y supongo que cada uno de nosotros debe decidir cómo tratar su pasado, presente y futuro... tanto en el tiempo de Navidad como en el tiempo de verano...

sábado, 1 de noviembre de 2014

Y el Celuloide... ¿a dónde va?

Allá en el Camposanto

las Calaveras Alegres,

dejando de lado el llanto,

forman ruidosos tropeles.


Se sientan frente a los muros

de su querido panteón,

contemplan los claroscuros

que lo convierte en odeón.


Y es que el celuloide nuestro 

se lo ha llevado la Muerte,

tal vez no es un plan siniestro,

es sólo un cambio de suerte.


Con "Clavillazo" y "Resortes"

se escapan las carcajadas,

y entre papeles consortes

tiemblan las voces cuajadas.


Armendáriz y Cantinflas

llenan la pantalla grande,

también Tin Tan con sus cuitas,

y el "Inmortal" Pedro Infante.


Escenas llenas de lío,

de Aguirre, Marín y Beltrán,

la Félix y la del Río

a la audiencia conmoverán.


Así todos los difuntos

se dedican a disfrutar,

sin pensar en más asuntos

ni cuando se pone el altar.


Y cuando llegue el destino,

la Flaca nos venga a llevar,

alegre emprende el camino

y no hagas al cine esperar.

Calavera Literaria. Octubre, 2014.